Insensata Geometría del Amor
- Pidamos pronto, dijo sin alzar la vista del menú, porque me muero de hambre.
- Sí, pidamos pronto, porque me muero de amor.
Estas dos líneas iniciales le bastan a la escritora argentina, Susana Guzner, para seducir por completo al lector en su novela La insensata geometría del amor y regalarle, hoja tras hoja, una historia inolvidable, plena de paisajes y personajes tan vívidos como interesantes, que perpetran pirotecnia narrativa dentro de un argumento pleno de matices donde todas las emociones encuentran el lugar exacto para expresarse. Mención aparte merece el soberbio manejo del lenguaje por medio del cual la autora hila en filigrana un tejido de suspenso que permanece en tensión durante todo el desarrollo y perdura en ese mismo estado, hasta el inexistente punto final.
Desde que conocí este libro, en Octubre de 2001, se ha convertido en uno de mis referentes esenciales e imprescindibles. La primera edición (Plaza & Janés) se agotó en poco tiempo. Después lo editó Debolsillo y corrió con la misma fortuna. Ahora, en mayo de 2009, comparto la fabulosa noticia de saber que ha sido reeditada por la colección Punto de Lectura y está disponible en todas las librerías de la localidad y el país. Al encontrarlo de nuevo entre los anaqueles “simplemente sentí que me inundaba una felicidad infinita, abarcadora, pacífica, como líquida, una sensación de sosiego que creía olvidada y que venía a poner orden en cualquier caos”. Cito a Guzner con descaro, pues su maestría se encarga de definir sentimientos con tal contundencia y precisión, que no queda más que admirarla y aprender de ella. Se trata de un libro de esos que se leen de una sentada y que se releen para toda la vida; habitantes distinguidos de la mesita de noche.
Contar la historia de un romance no tiene nada de innovador; el modo en que se hace, sí. No existe pueblo o persona sin un relato de este tipo. El aderezo que acompaña los ingredientes principales es lo que hace la diferencia, y no porque las protagonistas sean mujeres, sino por la acción que subyace inmersa dentro del marco psicológico con tintes de suspenso. En esta novela no hay sitio para la cobardía. Tampoco se puede ser cursi: la pasión exige y manifiesta su carácter en cada capítulo. Susana transita y nos hace transitar con sus letras por esta trama con maestría de cirujano, imponiendo el corte exacto y los movimientos necesarios para lo mismo sanar la herida que evitar la cicatriz.
Susana es generosa, paga los pasajes de todos y nos invita a viajar, comparte su mundo existencial. Las atmósferas y personajes tienen tanta fuerza que, al visitar los sitios que menciona, el lector no podrá sino buscarlas. Querrá acompañar a María en El Retiro, en Madrid; sentarse con ellas a cenar en el Trianón de Roma, pasear por Venecia y tomar un café en el Quadri; llegar al aeropuerto Fuimicino, en Roma y pedir una birra nastro azurro para ver por primera vez a Eva y, sólo por eso, enamorarse de ella.
Guzner consiente todos los sentidos con su inventiva. El gusto tiene su recompensa con un pastel de trufas de La Mallorquina. Dado el tono cinematográfico, la vista se regodea con la descripción de las ciudades. El olfato encuentra su regalo en los perfumes. El tacto recibe el homenaje de la sensualidad. El oído se habita de las referencias musicales sobre todo en esa escena donde ambas comparten un momento entrañable escuchando Margherita en la voz pasional de Mina. “No tengo frío ni te pido que me abrigues, lo que quiero es que me construyas un silencio como jamás he sentido”.
Daría mi ejemplar -primera edición- por sentarme a la mesa en la reunión que hace María con sus amigos al regresar a Madrid y escucharla emocionada hablar sobre su nueva relación, sin saber aún hasta dónde la conduciría. Daría, no sé qué daría, por ir a donde el tiempo narrativo duerme y plantarle un par de bofetadas a Eva cuando ocurre la situación que nos conduce al vertiginoso desenlace. Pondría en subasta toda la ternura que anida en los ojos de mi madre, sólo por ir a secar las lágrimas de María cuando está perdida en el mar de la más inmensa desesperación.
Leamos pronto, digo sin alzar la vista de la novela, porque me muero de hambre de historias como ésta. Sí, leamos pronto, para morirnos de amor. La muerte más dulce y de la más excelsa resurrección.
La insensata geometría del amor; Susana Guzner; Primera edición en Punto de Lectura (formato maxi) 2009; 446pp
Lorena Sanmillán; Mayo 2009
- Pidamos pronto, dijo sin alzar la vista del menú, porque me muero de hambre.
- Sí, pidamos pronto, porque me muero de amor.
Estas dos líneas iniciales le bastan a la escritora argentina, Susana Guzner, para seducir por completo al lector en su novela La insensata geometría del amor y regalarle, hoja tras hoja, una historia inolvidable, plena de paisajes y personajes tan vívidos como interesantes, que perpetran pirotecnia narrativa dentro de un argumento pleno de matices donde todas las emociones encuentran el lugar exacto para expresarse. Mención aparte merece el soberbio manejo del lenguaje por medio del cual la autora hila en filigrana un tejido de suspenso que permanece en tensión durante todo el desarrollo y perdura en ese mismo estado, hasta el inexistente punto final.
Desde que conocí este libro, en Octubre de 2001, se ha convertido en uno de mis referentes esenciales e imprescindibles. La primera edición (Plaza & Janés) se agotó en poco tiempo. Después lo editó Debolsillo y corrió con la misma fortuna. Ahora, en mayo de 2009, comparto la fabulosa noticia de saber que ha sido reeditada por la colección Punto de Lectura y está disponible en todas las librerías de la localidad y el país. Al encontrarlo de nuevo entre los anaqueles “simplemente sentí que me inundaba una felicidad infinita, abarcadora, pacífica, como líquida, una sensación de sosiego que creía olvidada y que venía a poner orden en cualquier caos”. Cito a Guzner con descaro, pues su maestría se encarga de definir sentimientos con tal contundencia y precisión, que no queda más que admirarla y aprender de ella. Se trata de un libro de esos que se leen de una sentada y que se releen para toda la vida; habitantes distinguidos de la mesita de noche.
Contar la historia de un romance no tiene nada de innovador; el modo en que se hace, sí. No existe pueblo o persona sin un relato de este tipo. El aderezo que acompaña los ingredientes principales es lo que hace la diferencia, y no porque las protagonistas sean mujeres, sino por la acción que subyace inmersa dentro del marco psicológico con tintes de suspenso. En esta novela no hay sitio para la cobardía. Tampoco se puede ser cursi: la pasión exige y manifiesta su carácter en cada capítulo. Susana transita y nos hace transitar con sus letras por esta trama con maestría de cirujano, imponiendo el corte exacto y los movimientos necesarios para lo mismo sanar la herida que evitar la cicatriz.
Susana es generosa, paga los pasajes de todos y nos invita a viajar, comparte su mundo existencial. Las atmósferas y personajes tienen tanta fuerza que, al visitar los sitios que menciona, el lector no podrá sino buscarlas. Querrá acompañar a María en El Retiro, en Madrid; sentarse con ellas a cenar en el Trianón de Roma, pasear por Venecia y tomar un café en el Quadri; llegar al aeropuerto Fuimicino, en Roma y pedir una birra nastro azurro para ver por primera vez a Eva y, sólo por eso, enamorarse de ella.
Guzner consiente todos los sentidos con su inventiva. El gusto tiene su recompensa con un pastel de trufas de La Mallorquina. Dado el tono cinematográfico, la vista se regodea con la descripción de las ciudades. El olfato encuentra su regalo en los perfumes. El tacto recibe el homenaje de la sensualidad. El oído se habita de las referencias musicales sobre todo en esa escena donde ambas comparten un momento entrañable escuchando Margherita en la voz pasional de Mina. “No tengo frío ni te pido que me abrigues, lo que quiero es que me construyas un silencio como jamás he sentido”.
Daría mi ejemplar -primera edición- por sentarme a la mesa en la reunión que hace María con sus amigos al regresar a Madrid y escucharla emocionada hablar sobre su nueva relación, sin saber aún hasta dónde la conduciría. Daría, no sé qué daría, por ir a donde el tiempo narrativo duerme y plantarle un par de bofetadas a Eva cuando ocurre la situación que nos conduce al vertiginoso desenlace. Pondría en subasta toda la ternura que anida en los ojos de mi madre, sólo por ir a secar las lágrimas de María cuando está perdida en el mar de la más inmensa desesperación.
Leamos pronto, digo sin alzar la vista de la novela, porque me muero de hambre de historias como ésta. Sí, leamos pronto, para morirnos de amor. La muerte más dulce y de la más excelsa resurrección.
La insensata geometría del amor; Susana Guzner; Primera edición en Punto de Lectura (formato maxi) 2009; 446pp
Lorena Sanmillán; Mayo 2009
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